La respuesta es simple, porque nos relacionamos desde el ego.
¿Cómo se define el ego?
El ego o personalidad (o a veces el “yo soy así”, "yo quiero esto"...) es todo lo que creamos de pequeños dentro de nosotros para adaptarnos al medio, esto es, a los amigos o al profe y de mayor importancia, al adaptarnos a la convivencia familiar y en especial en nuestra relación con los padres.

¿Y como funciona en una relación?
Cuando entramos en relación con el mundo, lo hacemos desde esa personalidad creada para superar las duras pruebas que nos amoldaron de pequeños para “ser compatibles” al entorno. Además inicialmente, en las relaciones, tendemos a mostrar lo que consideramos “adecuado” (oculto tal cosa, muestro tal otra) por lo que meramente mostramos aspectos truncados de quienes somos y velados por el filtro de la personalidad. Ocurre también en las relaciones de pareja.
¿Y cuando nos enamoramos?
Cuando te enamoras (o te gusta alguien… y también sucede si alguien te disgusta), estamos viendo en esa persona, lo que en nuestro inconsciente resuena con las necesidades (o disconformidades, en caso de que te disguste) del ego, por tanto es una visión subjetiva y distorsionada, filtrada por la visión de carácter que conforma la persona.
¿Cómo nos podemos relacionar mejor?
Conociendo todo esto explicado, la única manera de llevar a buen término esa relación es a través de la toma de conciencia de nuestras características de defensa, de trabajar interiormente los hábitos, reacciones frente un estímulo, temores, creencias, etc. para poder bajar los muros frente a quien “¿amamos?”. Hay que conocer toda nuestra forma de ser, sentir, pensar, actuar… y tener mucha destreza frente a nuestros propios demonios internos, para poder volver a ser lo que éramos en nuestro origen, antes de construir ese muro defensivo del ego, consiguiendo pues, una personalidad menos afianzada a lo que consideramos ser.